Sobre Abejas, Druidas y Apicultura…

Las abejas, Bech, en antiguo gaélico, son consideradas sagradas en la tradición druídica. Los druidas reverenciaban las abejas debido a su capacidad de polinizar las flores, los campos y las cosechas, creando vida, así como por producir el elixir de la miel, un precioso regalo de la diosa.

Las abejas simbolizan el trabajo y la obra del druida. Como la abeja, que es guiada por el sol, el druida es guiado por la luz de su sol interior. La abeja trabaja entre las flores para llevar el néctar a su tribu, recolecta la esencia, acapara la sabiduría que atesoran las plantas y entonces la comparte para el beneficio de la comunidad.

“Druidas, Abejas y Árboles” forman una tríada, compartiendo una relación de mutualismo vital, cooperación y simbiosis. Las abejas polinizan los árboles. Los árboles alimentan y dan cobijo a las abejas. Los druidas interpretan, protegen y cuidan de ambos, abejas y árboles, como fuente de vida, salud, riqueza y sabiduría.

La abeja vive en perfecta armonía. Es símbolo de comunidad y celebración. En la tradición druídica, la abeja nos habla de orden, justicia y organización. Su enseñanza es que siguiendo las leyes naturales y respetando sus relaciones y normas, la vida en comunidad es posible y se convierte en un auténtico manantial de abundancia, prosperidad, celebración y gozo. Es una llamada a celebrar el misterio de la Vida.

En la sociedad celta, se creía que las abejas guardaban un conocimiento secreto y eran capaces de transmitir comunicaciones entre nosotros y el “otro mundo”. Eran mensajeros de la divinidad.

En la literatura escrita celta más antigua conocida “La Canción de Amergin”, se refiere a las abejas en dos ocasiones. Amergin, el druida – poeta celta de origen hispano, habla en su poema de todas las maravillas naturales que encuentra la primera vez que pisa las tierras de Irlanda; el ruido del mar, el viento, el halcón sobre el acantilado, el sabio salmón, el fiero jabalí, el venado, etc, identificándose con todos ellos. En uno de sus versos podemos leer: “Soy una lágrima del Sol” como metáfora en referencia a la miel, y en otro verso leemos “Soy la Reina de todos los enjambres”. Esto, claramente sugiere la importancia de las abejas para la antigua concepción druídica del mundo natural.

Esta interpretación va más allá de una interpretación mística y está basada en un profundo conocimiento de que la supervivencia humana y el mundo tal y como lo conocemos, está estrechamente relacionada con las abejas. Un antiguo dicho Galés dice así: “El día en que dejemos de escuchar el rumor de las abejas, el mundo terminará”.

La espiritualidad celta entendía que la relación entre las personas y la tierra era esencial para la salud de ambos y enfatizaba la conexión entre todo lo creado y la importancia de vivir en armonía con el mundo natural. El destino humano está ligado al destino de la Tierra.

Hoy en día, sabemos que esto es así y que las abejas hacen que la vida sea posible para el resto de criaturas. Está probado que más del 75% de nuestros principales cultivos dependen de los insectos polinizadores. Los antiguos celtas tenían razón: lo queramos ver o no, estamos irremediablemente y directamente conectados con el destino y la salud de las abejas. En los últimos años asistimos a un declive de sus poblaciones bastante acusado, debido principalmente al abuso de pesticidas y malas prácticas de la agricultura comercial de hoy en día. Algo preocupante, pues numerosos científicos han apuntado que bastaría la desaparición de un 30% de su población a nivel mundial para que sus efectos desequilibren el orden natural, poniendo en marcha un colapso y proceso de extinciones masivas en el medio ambiente.

La antigua sabiduría celta contiene en su interior el sagrado conocimiento sobre el cuidado de la tierra y las íntimas relaciones entre sus habitantes. Esas relaciones eran el corazón de su cultura espiritual. Para los celtas, quienes no hacían distinción entre asuntos espirituales y asuntos terrenales, la auténtica armonía proviene del espíritu de la tierra, de su capacidad de dar vida y sostener todo el entramado vital. Vivir bien requiere que uno viva a través de una relación saludable con todo ese entramado; con uno mismo, con las demás personas, con los demás seres, con la tierra y con lo divino. Cuando esa relación saludable con otro es evitada o ignorada, una brecha se abre. Las normas culturales de nuestra sociedad tienden a ignorar completamente todas estas relaciones de interdependencia de todas las criaturas. Además, cuanto más lejos del ser humano, evolutivamente hablando, más ajeno a nuestra vida es. Los insectos suelen ser evitados e ignorados casi completamente. La brecha es grande. Esta falta de conciencia puede hacer difícil encontrar soluciones efectivas al problema de la pérdida poblacional de las abejas. Buscar en la mentalidad de nuestros antiguos indígenas sobre los insectos y las abejas en particular puede ayudarnos a ser conscientes de esa brecha y a actuar en la dirección de sanar esa relación deteriorada.

Echemos la vista atrás a los tiempos de la Europa céltica y veamos el caso más conocido y documentado de Irlanda, el país celta por excelencia. Los antiguos irlandeses consideraban la apicultura tan importante para el bienestar humano y la fertilidad de la tierra, que un amplio conjunto de leyes, estaban dirigidas solamente a las abejas y a sus cuidadores. Eran conocidas como el “Bech Breatha”, La Ley de la Abejas.

La práctica de la apicultura estaba totalmente integrada en el entramado social celta. Prácticamente cada hogar cuidaba de sus enjambres en sus jardines. La “Ley de las Abejas” se ocupaba tanto de estos enjambres domésticos como de los enjambres silvestres. Las leyes se desarrollan con gran detalle. Existen más de seis términos distintos en el gaélico irlandés para referirse a las distintas variedades de enjambres silvestres. Relata con todo detalle esta ley, las normas que regían los asentamientos apícolas, las normas sobre la adquisición de enjambres silvestres y todo lo relacionado con el comercio de la miel. Pero va mucho más allá de las transacciones económicas.

El Bech Breatha, asignaba a las abejas un status legal. La protección y cuidado de las abejas estaba por delante de cualquier interés particular o económico. Las abejas debían ser tratadas como miembros de la familia. En el folklore irlandés existe la noción de “hablar con las abejas”. Se decía que se las debía hacer partícipes de todos los eventos familiares. Si no se hablaba con ellas y se las ponía al día, eran fácilmente ofendidas. A cambio, ellas podían traer mensajes de los dioses desde el más allá. La tradición marcaba que a la muerte del propietario de un colmenar, los dulces compartidos durante su funeral, debían ser compartidos también con sus abejas. Esta tradición de mantener una estrecha relación con las abejas era realmente importante. Si la relación y vínculo era sano y fuerte, la colmena de la familia era un auténtico símbolo de unión y fuerza en la comunidad.

Tal vez, la recuperación de la salud poblacional de las abejas pase de nuevo por despertar esa conciencia olvidada. Quizá sea tan sencillo como “Volver a hablar con ellas”, volver a reconocer su status legal, volver a verlas como un compañero, volver a recordar que pertenecemos a un entramado de relaciones donde todas son importantes, volver a recordar que todos somos miembros de una misma comunidad natural y, como decían los druidas, volver a ver en la abeja ese llamado a celebrar la vida.

Fuentes:
– Honeybee Rights in Ancient Ireland. Jennifer Tarnacki.
– A Golden Triad: Druids, Bees, and Trees.
– The Druid animal Oracle deck. Carr-Gomm.

 

La Encina

La Encina – Quercus rotundifolia

La Encina es nuestro árbol ibérico por excelencia. Los encinares constituyen el bosque con más superficie arbolada de nuestro país, cerca

de 2,8 millones de hectáreas y más del 15% de la superficie forestal arbolada. Su género, Quercus, es compartido por todos los “belloteros”: robles, alcornoques, quejigos, encinas, carrascas… Este género, Quercus, en realidad procede de un nombre de origen celta y significa “árbol hermoso”

 

Tipo biológico: Fanerofito. Árbol perennifolio. Monoico.

Descripción: Es un árbol perenne de copa redondeada que alcanza 10-15 m de altura normalmente, aunque, si la dejan crecer puede alcanzar hasta 25 m de altura y abrir su copa redondeada creando un área sombreada de un radio de hasta 20m. En este caso, hablaríamos de encinas “monumentales”, de las que en España hay muchas. El tronco es corto y robusto y la corteza resquebrajada de color gris oscuro. Presenta ramillas tomentosas. Las hojas son perennes, simples y alternas. con el limbo algo rígido y coriáceo, de forma muy variable (ovalado, aovado-oblongo o lanceolado) con el borde entero o dentado. El haz es verde oscuro y el envés más claro, tomentoso Los rebrotes basales, así como las ramas inferiores de los pies sometidos a poda periódica, exhiben hojas con borde espinoso, preparadas para defenderse de los dientes del ganado y de los grandes mamíferos silvestres.
Las flores femeninas, muy pequeñas, nacen directamente sobre el tallo. Las masculinas forman largos penachos o amentos en el extremo de los brotes del año. Ambas nacen habitualmente sobre el mismo árbol, tratándose por tanto de plantas monoicas. La bellota es de forma oblongo-cilíndrica, puntiaguda, de unos 2-3 cm de longitud. La cúpula cubre menos de la mitad del fruto.

Florece: De abril a mayo. Máximo en abril. Maduran los frutos en octubre-noviembre.

Ecología: Árbol dominante en gran parte de las regiones de clima mesomediterráneo donde forma extensas masas puras. Adaptado a climas duros continentales y fuertes sequías. Es heliófila, amante del sol. En la Sierra de San Vicente ocupa en masas puras las laderas más bajas, expuestas y de solana y en las llanuras bajas se suele presentar de forma adehesada. En esta sierra se produce una zona de contacto entre dos provincias biogeográficas mostrando situaciones de transición entre el encinar Luso-extremadurense de habitación más cálida y húmeda y el encinar Carpetano de ambientes más secos y continentales. Esto mismo sucede en “La Encinilla” cuyos acompañantes del encinar, por un lado son típicos del encinar Carpetano, como el Enebro de la Miera Juniperus oxycedrus, pero por otro lado presenta acompañantes más típicos del encinar Luso-extremadurense como la Cornicabra Pistacia terebinthus, el Quejigo Quercus faginea o el Madroño Arbutus unedo. Indiferente al suelo, vegeta en en altitudes de 0-1700 m.
Es un auténtico superviviente. Puede alcanzar edades superiores a los 500 años.

Abundancia en La Encinilla: Presencia abundante. Especie codominante en el estrato arbóreo junto al enebro de la miera. Existen, al menos, 25 pies centenarios de esta especie.

Etnobotánica:

La relación de los antiguos pueblos ibéricos con la encina ha sido muy íntima y cercana. Hasta tal punto es así, que podemos considerarnos “Hijos de la Encina”
Fue elevada a la categoría de divinidad. Fue símbolo de autoridad espiritual y también de autoridad terrenal. Todo en la sociedad ibero céltica giraba en torno a la encina centenaria, el árbol sagrado que constituía el eje en torno al cual se organizaba la vida del pueblo, su gobierno, sus leyes, sus ceremonias sagradas y sus festividades populares. El árbol protector del pueblo, que nos aportaba cobijo, leña para calentarnos, madera para construir, miel de sus flores, medicina en su corteza, bellotas para nuestra alimentación y la de nuestros animales, y alimento para nuestra Alma, energía, inspiración y comunicación con los dioses. Un árbol cuya veneración ha permanecido inalterable durante siglos y que hoy hemos olvidado.

Vamos a profundizar un poco más en todos estos usos tradicionales, desde los más mundanos hasta los más espirituales:

Madera: La madera de encina es pesada, dura, densa, compacta y resistente y duradera. Se caracteriza por una albura clara y sonrosada y un duramen interior de color rojo oscuro. Si se la deja secar lentamente proporciona una madera óptima para cualquier tipo de trabajo, desde la construcción hasta el trabajo de ebanistería fina. Una madera para “todo”.

Combustible: La leña de encina es la de mayor calidad, de gran poder calorífico y se ha utilizado mucho para el “carboneo”. La fabricación del carbón vegetal, que por unidad de peso da más calor que la leña al ser más rico en carbono, se realizaba mediante la combustión de troncos y ramas en condiciones de de escasez de oxígeno. Para ello, las carboneras se realizaban acumulando leña de encina y tapándola con matas de esparto o escobas y con tierra, dejando unos respiraderos. El oficio de carbonero era casi un arte, transmitido de padres a hijos. Los carboneros eran transhumantes que recorrían las dehesas del centro peninsular y de los cuales, el mayor contingente provenía de la provincia de Toledo.

Curtientes: La corteza de la encina es muy rica en taninos: ácido gálico, elágico y quercitánico y ha sido utilizada tradicionalmente en el curtido de pieles. Especialmente en los tradicionales cordobanes, pieles de curtidas de cabra.

Comestibles: Las bellotas son un gran alimento y concretamente, las de encina son las que contienen menos taninos y amargor. Existen poblaciones de bellotas dulces que parecen haber sido seleccionadas por el hombre desde la prehistoria en la Península Ibérica y norte de África, fomentando la siembra intencionada de estas bellotas dulces junto a la eliminación sistemática de los pies con bellotas excesivamente ricas en taninos. En la España Céltica, era un alimento base. Las bellotas se secaban, se mondaban y se trituraban, amasando la harina resultante en forma de pan.
Igualmente, la base de la alimentación del ganado consistía en las bellotas, especialmente del ganado porcino que se alimenta hasta hoy en día en las montaneras, libres en las dehesas de encinas y alcornoques del centro y oeste peninsular.

Mieles: La Miel de Encina es un mielato. Los mielatos no proceden del néctar de las flores, sino que provienen de una secreción dulce y resinosa que exudan las encinas. El mielato se cosecha a finales de verano, cuando hay menor floración y mayor producción de estas sustancias. Es una miel oscura, de sabor intenso, de consistencia más densa que la miel de flores, menos dulce y con un gran valor medicinal.

Medicina física: Tradicionalmente se ha raspado la corteza de los ramillos de segundo año por sus virtudes medicinales. Ëstas son: Potente astringente y antiinflamatorio. Gran antiséptico y antibacteriano. Reforzador del sistema inmune.

Se ha utilizado sobre todo en trastornos digestivos, sobre todo en aquellos que cursan con infecciones intestinales, en diarreas y disenterías. Igualmente como coadyuvante en cualquier tipo de infección, especialmente pulmonares, urinarias y uterinas o vaginales.
En uso externo, el cocimiento de las corteza es especialmente eficaz como antiséptico y cicatrizante de heridas. También tiene un largo historial de uso tradicional para el tratamiento de hemorroides y de procesos inflamatorios e infecciosos de boca y garganta a través de gargarismos con el cocimiento.

Medicina anímica: Antiguamente se atribuía a la encina la capacidad no solo de sanar nuestro cuerpo físico sino de sanar también nuestro cuerpo emocional y mental.
La encina es árbol de protección de la salud y la vida. Es un regenerador energético. Incrementa la juventud, la energía y la vitalidad, fortaleciendo y activando el alma para combatir los miedos, la desconfianza y el desaliento. Fomenta el poder interior, la resistencia, la voluntad y el autodominio.
El trabajo a nivel sutil con la encina está, por lo tanto, muy indicado en personas agotadas psicológicamente y anímicamente, así como en aquellas personas con falta de voluntad y confianza en sí mismos. Árbol que atrae seguridad, justicia y equilibrio a tu vida. “El árbol de la Gran Dignidad”.

Simbología Espiritual:

Dentro del mundo Iberocéltico, la Encina ocupa el papel asignado al roble en los países celtas más norteños. La encina es el “Árbol Rey”, el árbol sagrado por excelencia. Aún hoy en día, en los países anglosajones se designa a la encina como Holm Oak. El término Holm proviene de la misma raíz que Holly, por lo que el término inglés podría ser traducido como “El Roble Sagrado”.

La encina centenaria es símbolo solar de autoridad y ley. Representa la energía masculina, al dios Baelisto, “El Luminoso”, al padre sabio, guardián del orden.

Representa en sí el Axis Mundi, la puerta de entrada a otros mundos y realidades. Puente de unión entre submundo y supramundo. La encina centenaria es un lugar de poder, un templo natural. Eje y centro, encrucijada de los poderes que mueven el mundo. Conectar con este árbol fomenta el despertar espiritual, la guía, la inspiración y el don de la profecía.

Siempre ligada a el supramundo, a la mitad luminosa del año y a los dioses de la luz. Los encinares más sagrados se consideraban morada de la diosa Iscallis, la cual recorría estas espesuras fertilizando la tierra. Las ceremonias y festividades de la luz, principalmente Bontobaelisto, en la luna nueva en torno al 1 de mayo, y el Solsticio de Verano, cada 21 de junio, eran celebradas en estos Encinares. La Encina más centenaria constituía el nemetón o lugar más sagrado y a su sombra, los sacerdotes o druidas oficiaban tanto ceremonias religiosas como ceremonias más sociales como las juntas de gobierno, juicios y casamientos en esos días tan especiales.

Nos hablaban aquellos antiguos sabios que la vieja encina siempre es un lugar donde acudir a sanarnos y reconectarnos. Un maestro que nos ayudará a sacar nuestro Yo más auténtico, que nos abrirá las puertas del camino espiritual y nos guiará con su luz. Un ser antiguo, que nos revelará verdades profundas, que nos enseñará a conectar con los dos polos, conectándonos con el mundo superior pero enraizándonos profundamente en el inferior. Un padre que nos enseñará las lecciones del orden, al equilibrio, la fuerza, la perseverancia y sobre todo la lección del Amor Incondicional por la Vida.

Naturaleza: Solar, masculina.
Claves: Voluntad, Vitalidad, Conexión.